Debido a la incapacidad del rey Carlos II de tener hijos y a su dificultades físicas y psíquicas; muchos pensaban que estaba embrujado por el demonio.
Por ello se desató el célebre asunto del hechizamiento del rey, que fue realizado por el cardenal Portocarrero, antiguo virrey de Sicilia, arzobispo de Toledo y consejero de estado de Carlos II. La falta de descendencia del rey tras dos matrimonios hicieron que Carlos II terminara por creerse que estaba poseído por espíritus malignos, que le impedían tener hijos.
En 1698 el asunto salió a la luz y se hizo dominio público. El rey estaba dispuesto a prestar oídos a los consejos sobre lo que debía hacer para poder concebir; uno de elos fue realizar una ceremonia invocando a sus antepasados para que le ayudaran a espantar a los demonios que traían desgracias al pueblo. Increíblemente, esta ceremonia se celebró; aunque no dió claramente ningún resultado.
Más tarde el confesor real y el inquisidor, pertenecientes ambos al bando francés, llamaron a un famoso exorcista asturiano, fray Antonio Álvarez Argüelles, para que preguntara al demonio si el Rey estaba verdaderamente hechizado. Según dicen, Lucifer contestó que sí y que los culpables eran la reina y algunos políticos afines a ella, partidarios del bando austriaco, También les dijo que se había formulado el conjuro sobre el Rey, cuando éste tenía 14 años de edad. El exorcista determinó que, como remedio, el rey tomase diariamente en ayunas un cuartillo de aceite bendecido. El rey se sometió dócilmente a tal prescripción, que debió ser un factor determinante en su rápido deterioro físico.
El partido austriaco, se inquietó y desde Viena enviaró al capuchino, fray Mauro de Tenda, para que a su vez interrogara a los demonios que, esta vez, hablaban francés. El hechizamiento del rey supuso un escándalo en la corte española, que además se convirtió en el hazmerreír de toda Europa. Finalmente la reina Mariana de Neoburgo, que no salía bien parada en las manifestaciones de los demonios, decidió poner fin a tanta superchería y mandó encarcelar al confesor real y a Tenda, uno por cada bando, que tuvieron que afrontar un proceso inquisitorial.
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